No soy de salir temprano. Por temprano me refiero estar en el río justo cuando el sol sale en el horizonte, y menos cuando sabes que vas a estar a 2 o 4 grados de temperatura, vamos, fresquito. Además, según he leído y escuchado durante muchos años, para practicar la pesca a mosca seca no hace falta madrugar (…). Bueno, siempre hay aquellos días en los cuales a uno le apetece ir contracorriente. Ver salir el sol, sentir el frescor, escuchar como se desperezan aves y otros animales, es un enorme regalo. Deberíamos sentirnos muy privilegiados.
Nada más llegar fui derecho con la ilusión de siempre a otear el río desde el puente. Adecuar la vista a la luz del momento. Pude ver 3 truchas comiendo aquí y allá, y luego de allá aquí, vamos, las típicas truchas de grandes pozos.
En pocos minutos ya estaba cambiado y presto a liberar el ansia infantil que recorría por mis venas. Primer lance, primer pez. Luego vinieron otros tres seguidos. Ante el panorama halagüeño decidí salir por patas a recorrer otros tramos que hacía mucho no visitaba. Hay un tramo concreto, una poza determinada que estoy convencido que alberga un buen pez. Pues bien, ni rastro de peces, justo lo contrario a unos centenares de metros más arriba. Decidí, en un ataque del más allá, poner las ninfas. Cambio de carrete, escoger dos cuches de «esa caja» y a probar. Y nada, tampoco. Ante la desazón de ese momento y con el recuerdo de aguas arriba volví a salir del río y pateé de nuevo unos centenares de metros en busca de otro tramo.
Y acerté. En una tabla pude ver unas 8 cebadas de distintos peces. Volví a cambiar a seca, me puse en lo más bajo de la tabla y empecé a seleccionar cual era el primer pez a tentar. De nuevo todo perfecto, bueno, casi. De las ocho cebadas conseguí llevar a la mano tres peces. Ante el chapoteo y barullo ya no pude con las demás, ya que se bajaron al sótano, menos dos. «Esas dos» no las saqué básicamente por un tema. No fui capaz de lanzar adecuadamente la línea, mucha distancia para mi discreto lance.
Con todo este entrar, salir del río, el recuerdo del inicio, el fiasco del medio, decidí volver a aguas más altas. Entre en un tramo muy frecuentado. Ya era mediodía y las truchas empezaron ha enloquecer. La primera entró sin contemplaciones, incluso diría brusquedad. Pero empecé a tener rechaces, bueno rechaces, ignorancia total de la mosca que llevaba atada.
Me pasé tranquilamente 15 minutos sin sacar un pez. Lo achacaba a fallos de deriva más que a la mosca, ya que la zona está llena de microcorrientes. Las truchas no paraban de cebarse. Como iba ya muy relajado con las anteriores capturas, decidí mirar el río, el comportamiento de los peces y repasar otros temas del equipo. Alargué el conjunto bajo un par de metros. Puse un tippet de 1’5 metros acabado en un #12. De mosca, una emergente en quill desbarbado, color oliva, con una leve exhuvia montada en un #18. Montaje al estilo «klinkhammer». Fueron casi tres horas tremendas. Ataques claros, fallos de algunos peces, adelantos míos en otras ocasiones, pero la locura se desató. Un disfrute enorme.
Como indicaba en el título, el inicio fue frío de temperatura, pero acabé muy acalorado, en parte por la caminata, pero sobre todo por las emociones. Una gran sesión de SPA-FLY FISHING.
¿Seguro que esto fue Spa-Flyfishing? Yo el concepto este tuyo lo relacionaba más con la pesca Zen, y lo que aquí describes se parece más a «Un día en las carreras» de los hermanos Marx, jajaja.
Un saludo y buena pesca, amigo Ferrán.
Pablo
Te tengo que dar toda la razón amigo, pero toda 🤣🤣