Komorebi se refiere a la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles. Sí, parece increíble que tanto significado quepa en una sola palabra.
La luz solar es una de las pautas básicas de los ritmos vitales, por lo tanto de los ciclos y procesos esenciales en nuestra vida. La sublime modestia de la luz solar, que lo hace todo y no presume de nada. Esa luz que delega su más crucial misión en nuestros ojos.
Esos atardeceres a pie de río, en el que la luz, a través de los arboles melancólicamente besa la superficie del agua, son indescriptibles. Contemplar esa luz, nos enseña diez veces más que buscar, y cien veces más que perseguir.
Como no contar, lo que esa luz le ha contado a tus ojos? Allí donde lo quieto siempre va por delante y no lo alcanzas. Como describieron Paltón y Pessoa; somos lo que miramos, nada de los que tienes delante es peor que nosotros mismos.
La luz siempre actúa como aves cluecas: lo incuba todo y es ella misma eclosión. Alumbrar es que algo nazca, que vea la luz, pero no menos que la luz te vea y quedes deslumbrado como el agua al manar por primera vez. Como dijo Schiller, porque la belleza es la inclusión absoluta de todas las cosas
Alguien me dijo que si llegas a conseguir a ser un empedernido mirón de los vivaz, conviertes en lo más tuyo, lo más de todos, sin quitárselo. La cultura japonesa está llena de conceptos hermosos, y komorebi no es la única palabra intraducible que explica algún fenómeno natural. Los japoneses tienen vocablos asociados a la naturaleza como samidare, “lluvia de principios del verano”, o nagokaze, que hace referencia a la suave brisa de primavera.
Tanto la antigua religión nativa, el sintoísmo, como las antologías poéticas datadas a partir del siglo VIII, muestran cómo la profunda empatía de los japoneses hacia la naturaleza ha acabado convirtiéndose en uno de los principales rasgos idiosincráticos de su cultura.
Este es el resultado de una cultura basada en la constante interacción con la naturaleza.
Autor: J Nieto