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Isidro; una historia de pesca, de naturaleza

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Hace unos días, en el Facebook, Venancio Alvarez López recordó un escrito que publiqué ya hace unos cuantos años. La forma en que lo hizo fue hermosa. Derramaba bondad, aprecio… He de reconocer, y así lo comenté, que me puso la piel erizada.

Me he sentido muy alagado, tanto por él, como por los comentarios sobre el texto. Es grato poder leer, percibir que hay personas que valoran estos escritos. Dicho esto, recupero este texto que escribí mitad en el río, mitad en casa, fruto todo ello de una experiencia personal muy intensa.

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«ISIDRO»

04:30 de la mañana. A esas horas el despertador suena más estridente que nunca, pero me da igual ¡¡hoy toca pesca!!.

Tras el largo recorrido de coche, llego justo en el momento que el sol empieza a desperezarse lanzando una suave luz rojiza. Sus tenues colores iluminan un paisaje que se me hace inmenso, incluso perturbador. Estoy en lo alto de un cañón que empequeñece cualquier cosa.

Una vez preparado, inicio un camino directo que entre tarteras y desprendimientos me permite ahorrar dos horas de pateo. Tras el vertiginoso descenso llego a la orilla del río. El corazón me palpita con sonora intensidad. Me asomo con cautela y observo las primeras cebadas. Sin dilación, voy en busca de una hermosa tabla que está amparada por unos grandes murallones y que, con sus 200 metros de longitud, me ha dado siempre muchas alegrías.

Una vez alcanzada, observo entusiasmado más de 15 cebadas que, con puntualidad inglesa, rompen la película del agua y absorben lo que por ahí desciende. De golpe, un destello delata la presencia de alguien más. Me entra una zozobra terrible. Toda la ilusión del día se me viene abajo como un castillo de naipes ¿Quién puede haber llegado ahí antes que yo? Son solo las 06:30. El único acceso es río abajo a 2 kilómetros, o río arriba a unos 3. La curiosidad se apodera de mí, así que decido ir a conocer a esa persona.

Una vez detrás de él, a escasos 20 metros, observo que también pesca a mosca. Mientras batea su línea al aire lo observo detenidamente; lleva unas botas de caña de color verde claro, desteñidas sin duda por el tiempo, asidas a la cintura con un cordel. Poseen innumerables parches verdes y naranjas que deben tapar multitud de agujeros. La camisa de cuadros no corre mejor suerte que las botas, y luce diferentes rasgaduras. En el suelo tiene una enorme cesta de mimbre, cubierta con un gran jersey de lana, un saco y, apoyado, un inmenso paraguas que parece diseñado para dar cobijo a más de tres personas. De golpe y sin girarse me suelta un:

-¿Cómo se dan hoy?-

Sorprendido y algo avergonzado por mi silencio respondo

-¡disculpe! buenos días, todavía no he empezado, pero parece que puede ser un buen día.

– Un buen día, pero un mal año y quizás el último -me responde con una voz suave-

Al girarse pude ver un rostro moreno, curtido por el sol con mil y una arruga que como un tronco de árbol indicaba los años pasados.

– Estaba al inicio de la tabla, le he visto y he venido a saludarle, me llamo Fernando ¿Cómo se llama usted?

– Isidro para servirle.

– Hoy va hacer mucho calor dicen los del tiempo –comenté-buscando conversación-

– Puede, pero por la tarde agua, esos deberían salir más al monte y mirar menos esos planos tan raros.

– Hombre la tecnología ayuda y…

– El tiempo no entiende de tecnología -me corto de inmediato- el sol sale cada día igual que cuando vivía mi padre, mis abuelos y mis bisabuelos. Llueve menos, pero cuando quiere llover siempre avisa igual, y mire por donde, está tarde tenemos agua segura.

– ¿Seguro? Han dicho que el calor será insoportable y nada de agua.

– Déjeme que le explique, ve esa montaña del fondo que tiene forma de virgen.

– Veo la montaña, pero discúlpeme, soy incapaz de ver esa forma.

– Usted es de ciudad ¿verdad? en fin, mire como hay una ligera bruma que se agarra arriba, como si no quisiera soltar la virgen, eso indica que está tarde tenemos agua segura, se lo digo yo y mis 80 años.

– ¡80 años!! No lo hacía tan mayor.

– Soy mayor para algunas cosas y muy joven para otras.

Nos reímos un rato y seguimos la animada conversación. Le explique de dónde venía y que me sorprendía encontrar alguien tan temprano.

– Vivo en el pueblo que está río arriba, a una hora caminando. Soy pastor de ovejas, las cuáles pastan tranquilamente en los prados que hay encima de este barranco, vigiladas por mis dos perros, Trueno y Lince, los cuáles me las tienen a raya. Suelo venir a dormir cerca del río para poder pescar las primeras horas, que luego hay que mover al rebaño en busca de más hierba, que las muy zorras acaban con toda.

– Isidro, ¿qué mosca utiliza?

De inmediato se puso a reír, conocedor de lo que sería mi sorpresa. Levantó su caña de bambú que tenía, según él, más de 50 años, al igual que su carrete; la línea era actual de las de plástico, pero resquebrajada por todas partes; del bajo apareció una mosca ahogada roja y negra, la típica falangista.

– A parte de está mosca que tienes -le pregunté-.

Con una sonrisa socarrona abrió la cesta de mimbre y saco una lata de tabaco medio oxidada y atada con dos gordas gomas elásticas. La abrió y me la mostró ¡todas las moscas eran falangistas! El seguía sonriendo esperando impaciente mi comentario.

– ¿Solo pesca con estas?

– Pues si, solo pesco con estas. Le aseguro que la cesta la he llenado muchas veces. Antes cuándo la guerra eran el sustento de la familia, ahora solo la lleno con la comida, por cierto ¿Ha desayunado?

Sin dilación saco de la cesta un gran trozo de queso, una morcilla, un chorizo, un gran trozo de pan y una bota de vino. Por mi parte saque fiambres envasados al vació, frutos secos, chocolate y una bebida isotónica. Creo que nunca he escuchado reírse tan Fuerte a nadie. Yo, al verme postrado como buda, con el fiambre con la mano derecha, y la bebida energética en la otra reaccioné del Mismo modo

– ¡Quite, quite! guarde todo eso menos el chocolate, eso si no le importa si que me gustaría probar, es de las pocas cosas que por aquí escasean.

Repentinamente vimos una enorme cebada producto sin duda de un gran pez

– ¡caray! Isidro ¿ha visto? seguro que ha pillado un trico. Sin mucha sorpresa dijo

– Es «La Vieja»

– ¿La Vieja?

– Sí, es una cabrona que ronda los cinco kilos. La muy zorra se esconde entre esa roca y un tronco sumergido. La he sacado varias veces.

– ¡tírela su falangista!

Le solté en seco – me sonrió y accedió. Se levantó lentamente y se dispuso a lanzar. A la tercera posada y ante mi atónita mirada, pude ver como la trucha engullía el engaño, Isidro soltó un sonoro

– ¡te he vuelto a joder vieja!

Empezó a pelear el pez de forma magistral.

– ¡¡Corre jodida, corre!!

Después de varios envites la tuvo rendida en sus manos. Era enorme, gorda, bella, sencillamente ¡magnífica!. Isidro se giró para mostrármela extendida entre sus dos grandes brazos, pero ya no tenía la cara sonriente. Su rostro era totalmente diferente al de los minutos anteriores. Sus ojos estaban húmedos, su sonrisa había desaparecido; desprendía una mirada oscura, melancólica. La soltó suavemente murmurando un

– «nos veremos allá arriba Vieja, este río se nos acaba…» Sabe usted, el año próximo construyen una presa que cerrara el río, todo quedara bajo el agua, incluso el pueblo. Abajo quieren más agua para cultivar más, para enriquecerse todavía más a costa de destruir nuestro pueblo.

– ¡No sabía nada! –exclame alarmado- ¿No han hecho alegaciones, denuncias..?

– En el pueblo solo entendemos de ovejas, cabras y vacas, y los de fuera saben de Leyes y de cómo jodernos con cuatro papeles. No creo que «La Vieja» ni yo podamos superar está prueba.

Bastante desconcertado, triste e impotente me despedí de él. Pesque un par de horas, hasta que la tormenta estalló ¡Isidro no ha fallado! me dije.

Pasaron los meses y solo el empeño de vecinos y personas de otras zonas se consiguió parar esa obra ¡una gran victoria!. Con la noticia caliente fui disparado al pueblo a ver a Isidro. Cuando llegue, me comentaron que Isidro había fallecido el mismo día que entraron las maquinas a desbrozar el camino para hacer la presa, aun y sin tener permiso para ello. Lo encontraron en lo alto del cañón, medio sentado en una roca, la vista puesta en el río, arropado por sus dos perros y el rebaño de ovejas, que por una vez dejaron la hierba sin mordisquear restando inmóviles entorno a él.

Pasaron los meses y volví de nuevo la tabla. Observe el agua al menos dos horas, inmóvil. No pude ver a «La Vieja». Quizás no estaba. Yo creo que se fue con Isidro dándole la lata en algún hermoso río. Empecé a imaginarme a Isidro compartiendo pesca con San Pedro, con su equipo de museo y con su falangista del alma.

.   .   .

Gracias de nuevo Venancio por recordarme este escrito el cual tenía perdido. He revivido uno de esos episodios personales que te dejan muy marcado.

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Ferran

Desde pequeño he estado vinculado al río. No puedo pasar por un curso de agua sin detenerme. Escuchar el rumor de sus aguas, ver y sentir la fauna. Son muchas las sensaciones de las cuales no puedo prescindir. Con este blog busco compartir estas dos facetas. Por un lado, mi compromiso por el bienestar de los ríos. Por otro, trasladaros informaciones útiles que puedan aportaros algo interesante para practicar la pesca sin muerte o sencillamente para acercaros a dar un paseo agradable. Ferran

Esta entrada tiene 8 comentarios

  1. Pablo

    Precioso relato, Ferran Llargués, no te lo conocía, eres grande con la pluma. Gracias Venancio por recordárnoslo.

    1. Ferran

      Es de hace años Pablo. Hay escritos que he perdido con tanto trajín de ordenadores y cambios de portales. Ha sido muy hermoso recuperar este trocito de memoria.

  2. Jose

    Me ha encantado, un buen relato, me ha conmovido ,gracias

  3. pescate

    Fantastico relato. Se me ha escapado alguna lágrima. Gracias

    1. Ferran

      Me alegra que te emocione. Gracias por comentar

  4. Leandro

    Precioso relato, me he vuelto a emocionar como la primera vez que lo leí, gracias por compartirlo.
    Un saludo.

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