Sé que están ahí, tanto ella como su familia directa y también sus parientes próximos. Camino muy lentamente para llegar a sus dominios. Estoy muy cerca del punto caliente. Sé, juro que lo sé, que ellos o ellas perciben de forma clara y nítida mi presencia. Tengo la sensación, mejor dicho, la convicción, que cada vez que poso mis pies sobre el lecho del río, todas las piedras, vegetación se conjuran para pasar el sonido hasta el ultimo rincón de río, son una gran comunidad y yo estoy ahí para alterarla. Tengo evidencias, dos grandes barbos arrancan de mis pies cual torpedos dejando una nube de ligeros sedimentos. Suelto algún improperio a mi mismo y me afirmo en que debo apuntarme a un curso intensivo de ninja… Pero he de seguir paso a paso, algunos más gráciles, otros más grotescos. Voy acercándome. Instintivamente me agacho, busco cualquier rama, hierba o accidente geográfico para esconderme, hay que aprovechar los instintos primarios. Me levanto lentamente. Miro el agua que baña la orilla. Me encanta este juego, me recuerda mi infancia y el juego del escondite. El cerebro pescador empieza a vibrar. Se activa y pasa la información al resto del cuerpo. Se tensan las piernas, la mano derecha agarra más fuerte la empuñadura, la izquierda empieza a medir los metros de distancia de línea que harán falta; la vista escudriña las señales de presencia con escamas, el corazón bombea al nivel necesario.
Veo los primeros signos. Ligeros movimientos en la película del agua indican que hay peces. Busco activamente y de forma metódica, cual escaner acuático, a la glotona de la zona que que hay en ese recodo. Es una carpa de gran porte, de esas cercanas a los dos dígitos. Pero hoy no la veo. Hay varios miembros de su familia, pero de ella nada de nada. Pero el cerebro pescador no descansa, fija en su punto de mira a una carpa de tamaño mediano, la enfoca y pasa las indicaciones oportunas. Levanto la caña, verifico el señuelo y lanzo a un escaso metro de su trayectoria. Recojo suavemente, aplico un ligero movimiento y ¡¡glups!! empieza la carrera alocada de una morritos calientes.
Me digo a mi mismo que me encanta pescar en modo acecho. Las carpas, barbos requieren de este modo de pesca, mucho más allá a limitarse a lanzar cualquier señuelo y a ver si hay suerte.
Las fotos son de Rafael (Chin) que estuvo atento. Lástima que no estaba «ella», pero ahora dispongo de un bonito recuerdo visual. En breve volvemos 😉
Para que luego digan que la pesca es aburrida…. Bonitas frases Ferran!!!
jamás de los jamases 😉 La pesca tiene de todo menos de aburrida