Este es un breve relato de cuando de la oscuridad emerge la luz.
Lanzo el pequeño streamer a diversos barbos que veo a medias aguas. Un par se acercan. Decido aplicar un ligero movimiento mientras desciende para provocar su curiosidad, como tantas veces. Lleva algo de peso, va más rápido de lo deseado y los barbos deciden que eso no debe estar bueno, dejan que derive a las profundidades. Recojo con cuidado, con paciencia, sabiendo que en muchas ocasiones ese también es un buen momento para atraer la atención. Al subir me parece ver una sombra distinta, pero no pasa nada.
Decido poner un señuelo más liviano y con algo más de movimiento, a la vez que cambio el color, el agua es algo parda. Busco una profundización lenta, un movimiento más sugerente. Un grupo de barbos se acercan con más intensidad. Todo parece que va a suceder. Ya no son dos, distingo cuatro de diverso tamaño. Me digo «tanto da el que entre». De golpe, de las profundidades emerge un pez que hace fallar a los barbos. El nuevo integrante en el juego también erra. Pienso rápidamente en la sombra que he visto en el lance anterior. La piel se me eriza, la vista informa al cerebro pescador, le dice que ese pez no es un barbo, sin duda es una trucha. Rápidamente me vuelvo a poner en marcha. Lanzo más lejos para conseguir un mayor recorrido en la deriva. La maño derecha aprieta firme la empuñadura, indica al dedo índice que controle la línea; la mano izquierda recupera en suaves movimientos la linea. Veo el señuelo navegar de forma deliciosa. De la oscuridad emerge la luz; se lanza a toda velocidad a por el engaño, su blanca boca prende la presa inerte. La caña es potente, el hilo también, sé que llegará a la sacadera en breve tiempo. Lo veo, admiro, lo acaricio con la mano y lo suelto de forma casi inmediata. Volver a ver como se sumerge en la oscuridad es una delicia.