Juan se acomoda en el asiento delantero, el de acompañante. Le viene a la memoria el primer día que fue a pescar con Pedro, su gran amigo. Aún recuerda los primeros kilómetros de carretera hablando de temas del día anterior
– ¿Has oído que igual fichamos a Maradona-
– Será otro fiasco más, pero alguno va a ganar mucho dinero
Poco a poco cambiaron de tercios y empezaron a hablar de pesca, de aquellas jornadas, por regla general adornadas de algunas mentidas y verdades sobredimensionadas. Ese día fue uno de esos que no hace falta adornar. Muchos peces, algunos de muy buen porte, todo pescado a seca. Desde ese día Juan y Pedro se volvieron inseparables.
De golpe Juan despierta de esos pensamientos y se ve dentro del coche con esos mozos que no paran de hablar con enorme tono de voz sobre las bondades de esas artificiales que le llaman «perdigones» y de ese río que parece que solo salen peces enormes. El benjamín del grupo, Mario, se apresta desde el asiento de atrás y coloca la pantalla del móvil delante de la vista cansada de Juan
– Mire Sr. Juan que peces sacamos el mes pasado, más de 60 cm y 70 cm, y con un hilo del 0’10» – A lo cual el conductor del día, Andrés, comentó – Ya ves Mario, más de 200 metros río arriba y abajo, nos agotó» – Juan ante tanta pasión no dijo nada, solo mostró una sonrisa la cual no pasó desapercibida por Miguel-
Miguel comentó que era muy difícil sacar peces de esos tamaños a seca, que esas truchas no comen arriba. Y Juan volvió a sonreír…
– Sr. Juan, me da que a usted no le gusta nada pescar al hilo ¿me equivoco? – renovó su sonrisa y volvió a dirigir su mirada a la carretera – chavales, como siga mirando atrás me entra la tortícolis y el mareo asegurado- Ellos eran sabedores que Juan solo pescaba con la seca.
Llegaron a la taberna que les iba a llenar el estómago. Por delante muchas horas de pesca, tenían que dejar la caldera bien cargada. Casa Matilde, de toda la vida. Juan y Pedro habían comido ahí decenas de veces. Nada más entrar, detrás del mostrador salió la genuina Matilde, ahora con un hermoso pelo gris, bien recogido con su moño de toda la vida. Sus manos iban cargadas con platos de callos, chorizos fritos y esa enorme tortilla de patata tan famosa que preparaba desde que era moza. Casi se le caen de la mano al cruzar la mirada con Juan. No supo qué hacer, si soltar un simple saludo o cruzar la barra para dar un abrazo a Juan…
– ¡Cuánto tiempo! Os echaba de menos a tí y a Pedro, ¿dónde está ese rufián?
– Falleció hace cinco años Mati, el bicho de los demonios se lo llevo en cuestión de días- Matilde enmudeció de golpe y al momento se abrazo a Juan. Sabía lo mucho que significó esa amistad para Juan, los dos derramaron lágrimas y algo más.
– Y ¿ qué es de tu vida Juan ? – le preguntó rápidamente mientras con cierto disimulo se enjuagaba las lagrimas con la manga de la camisa y volvía con celeridad detrás del mostrador de madera.
– Ya ves, estos zagales que se han empecinado a llevarme de pesca, quieren aprender a sacar peces «a seca»
– Mejor maestro no vais a tener zagales, estar atentos a sus indicaciones, es el hombre más sabio que he conocido con esto de la seca- No hubo risas y sí mucha sonrisa amable de sentirse profundamente afortunados.
– ¿Qué os pongo chavales?- Todos pidieron sus bocadillos con diversos fiambres, menos Juan, el no tenía que pedir nada
– Aquí tenéis vuestros bocadillos, Juan, aquí tu ración cómo siempre – Matilde empezó a dejar en la mesa un plato de callos, un pincho de tortilla, unos cuantos chorizos y un par de tomates abiertos regados con aceite y adornados con sal de escama. De beber un tinto. La cara de los chavales era toda una poesía.
– Y te dejo estas guindillas con vinagre – de inmediato Matilde y Juan soltaron una sonora carcajada, los chavales, desconcertados, no sabían el porqué de esas risas.
– Hace años, Pedro masticaba esas guindillas del demonio – les explicó Juan – De golpe, una de ellas soltó un chorro endiablado que fue a parar a mi ojo, tuvimos que salir a urgencias con el ojo al rojo vivo, lo pasé fatal, eso sí, llegamos a tiempo para el sereno, un gran sereno- las carcajadas se contagiaron.
A todo esto, Juan aprovechó para comentar su falta de respuesta anterior sobre la pesca con perdigón y terminales tan finos.
– La pesca con mosca se compone de muchas cosas. El montaje de las artificiales, el desplazamiento hasta la zona de pesca en el cual se juntan los sueños y los nervios de cómo estará el río y los peces. La preparación del lanzado, la localización del pez y el lance en pro de ese ejemplar, verlo subir a tu engaño, ese leve contacto con él y la suelta posterior. La pesca al perdigón, para mí, es como si me hubiera entrado de nuevo ese maldito vinagre en el ojo que un poco más y me deja tuerto, solo disfrutaría de parte de la pesca que me gusta practicar…
Después de un agradable e interesante debate se pusieron en marcha hasta el río. Juan escogió la zona. Quería facilitar que los chavales llegarán a lanzar lo mejor posible y además sabía que era un tramo con buenos peces. No le fue fácil llegar. Multitud de árboles caídos, senderos desaparecidos, la juventud de Juan algo abandonada.
– Juan, nos ha traído a la selva, quiere que no vengamos más o qué – las carcajadas llenaban de buen humor el ambiente.
Los chavales se quedaron atónitos al ver el escenario. Algo más de dos km de río con zonas de corrientes y dos enormes tablas. En el agua las primeras cebas empezaban a romper la película del agua.
– Sois jóvenes y con ganas. Ir a pescar las corrientes. Las tablas no las toquéis para nada, esas son para el sereno, ya sabréis porqué. En un par de horas aquí, que os tendré que ajustar el equipo y las ideas…- las sonrisas aparecieron de nuevo en sus caras.
A los chavales les podía la afición. Fueron a las corrientes y en pocos minutos ya estaban lanzando sus artificiales a todas ellas. Tocaron muchos peces y se lo pasaron en grande. Juan desde la distancia veia doblar las punteras y también se alegraba.
Juan, con suma tranquilidad empezó a armar su equipo. Recordaba esos momentos con Pedro. Siempre intercambiaban algo más que palabras sobre pesca. Las confidencias asomaban abiertamente, amores platónicos, otros más terrenales y otros conflictos de la vida de cada uno. Siempre iban buscando en el otro respuestas o simplemente un hombro dónde apoyarse. Hoy llevaba precisamente la caña de Pedro, una Thomas & Thomas de 9 pies que compró con muchas dificultades. De joven escaseaban los dineros y le costó lo que no está escrito poder juntar la cantidad suficiente para ello.
Lanzó unas varadas mientras miraba el cielo. Le pareció estar una vez más cerca de su amigo. Las lagrimas se escaparon de forma intensa y fueron cayendo hasta el amadour que llevaba colgado del chaleco. Rápidamente se las enjuago con la manga de su camisa.
– Ya ves Pedro, el río está igual que antes, quizás más crecido que otras veces. Vamos a ver si salen esas sombras del río –
A los primeros lances empezó a sacar algunas de las pequeñas de la zona. Truchas de 20/25 cm. Dejó de pescar y espero a que llegaran los mozos. Estaba algo nervioso, no quería defraudarles.
Al fondo se veían los brazos levantados blandiendo las cañas y dando unos gritos de alegria que eran dignos de escuchar. Se acercaban a Juan con un enorme júbilo.
– Brutal Juan, hemos sacado muchos peces, algunos de muy buenos – espetaron todos al unísono y afanándose a mostrar las fotos guardadas en sus móviles. Juan felicitó a todos ellos y les indicó que empezaran a preparar las cañas para la seca. De hecho las cañas del #9 con línea de seca ya estaban prestas dentro de los las botas de cada uno de ellos. Juan no entendía eso de ir con doble caña, pero le encantó ver que las llevaban.
El sol iba bajando. Juan estaba nervioso esperando ver esas cebas que indicaran las posiciones de los peces. Y de golpe vió la primera ceba.
– Mirar ahí, junto a la roca triangular, está comiendo una. Juan concentro su vista cansada en ese punto
– La veo Juan – comentó Miguel – no parece muy grande. A lo cual Juan sonrío – Cierto, debe pasar poco de 40 cm – Miguel soltó una carcajada y dijo que ni 30 cm.
Juan sujetó la Thomas & Thomas y poco a poco se puso en posición de lance. Blandió la caña solo dos veces. La línea de seda y una de las Royal que montó la madrugada anterior salieron al encuentro de la trucha que seguía absorbiendo comida. A la primera pasada la trucha no dudó en tomar la mosca. Al sentirse engañada empezó a mirar de zafarse del anzuelo, pero Juan era muy hábil y no dejó que eso sucediera. Al final, una trucha de algo más de 45 cm que enmudeció a los chavales. Se quedaron atónitos que con esa ceba se ocultará tal pez y que entrara a esa mosca peluda que les había dado a cada uno de ellos.
Finalmente llegaron a una de las dos tablas. El sol ya quería abandonar el cielo y los peces empezaron una frenética cena a medias luces. Juan deseaba enormemente que Miguel pudiera tocar un buen ejemplar con la seca. Todos iban sacando peces, menos Miguel, al cual la fortuna no le estaba dando mucho, solo dos truchas de menos de un palmo llegaron a su sacadera. Pero Juan vió el pez que deseaba. Un leve circulo en superficie, pero constante…
– Miguel, ahí tienes un muy buen pez, pon esta mosca y tírale con cuidado, solo vas a tener una oportunidad, a lo sumo dos. Cambia el terminal y pon un #14.- Con la mano casi temblando le dió una imitación de tricóptero en un #18, simple, casi se diría frágil, sin señalizador.
– No parece grande Juan, pero voy a por ello, espero haga algo más de un palmo o en el viaje de vuelta estos gamberros me van a dar la lata de mala manera.
Miguel montó ese tricóptero. Lanzó mal pero con mucha fortuna. Mucha fortuna porqué la línea cayó a escaso metro de ella. Paró un momento de cebarse y bajó al fondo. Juan le indicó a Miguel que se quedara quieto. Pasaron cinco minutos, muy largos se hicieron, cuando de nuevo se puso a comer. Miguel lanzó de nuevo, esta vez con mucho tino y de golpe escuchó un «gluup» . Clavó por instinto ya que la luz escaseaba y la caña empezó a doblarse de forma endiablada. Una vez en la sacadera no se podían creer el tamaño del pez. Más de 70 cm de puro músculo. Y así se sucedieron los últimos minutos del día, con una gran cantidad de peces de porte magnifico.
El viaje de vuelta se hizo muy corto. Todo era alegria y la repetición de los mil lances del día. Los peces no paraban de crecer de tamaño cada vez que se volvía a comentar el lance.
– ¡Ya en casa! – se dijo para si mismo. Estaba realmente cansado y a la vez extremadamente feliz de volver de esas aguas.
Entró, dejó los aperos de pesca en el suelo y fue directo al comedor. Ahí estaba ella, delante de la chimenea, con un libro en la mano, y un hermoso pañuelo en los hombros que la hacían todavía más hermosa. El té aún humeante y los pies apoyados en el taburete que le construyó él con la madera de un nogal que tiró al suelo la gran tormenta. Se agacho y le dió un suave beso en los labios.
– ¿Cómo ha ido abuelo, has enseñado a pescar a esos mozos?
– Son muy buena gente y aprenden rápido. Miguel, el hijo de Antonio, el carpintero, ha sacado la vieja del lugar, este no duerme hoy.
– Imagino que Matilde te ha dejado el estómago bien lleno como de costumbre ¿no?…
– Pues la verdad es que sí, como siempre. Un día es un dia abuela.
Juan se sentó junto a ella. Charlaron largamente de Pedro, de su mujer Aurora, también fallecida por el mismo mal de los demonios. De los ratos que pasaron juntos en el río, en el teatro y esas vacaciones que no se cansan de recordar con el 600. Ese viaje hasta París que parecía sacado de una película de antaño. La fotografía en blanco y negro apoyados en el 600 y detrás la Torre Eiffel sigue encima de la chimenea.
Autor: Ferran Llargués
Parte 1: A las 3:45 de la mañana