Huelo a lluvia, ya estoy acostumbrado. Son muchos años en el valle, muchos, una eternidad. Siempre es igual. Las nubes aparecen de forma tímida por el norte. Con sigilo, de una forma casi imperceptible van acariciando suavemente las montañas para finalmente abrazarlas en un intento vano de apropiarse de ellas. Se inicia una vez más el juego de los amantes. Las nubes luchan por poseer a las diosas de las montañas. Los relámpagos alertan de esa intensidad. Caen rayos y resuenan los truenos. Los sonidos apasionados retumban por los valles, el eco se encarga de repartir el mensaje por todos los valles, son los sonidos de los juegos del amor. Pero no invitan a subir, a mirar de dónde vienen, son advertencias, no debe perturbarse el baile. Los otros seres lo saben. Se afanan por refugiarse de los envites del fuego que cae del cielo. Las marmotas cesan sus silbidos y corren a guarecerse a sus madrigueras; la víbora busca refugio al amparo de una piedra sin dejar de otear su zona en busca de algún incauto sapo o cualquier otro despistado; Las hormigas se afanan en avisar a su reina, puede que sea el momento para colonizar nuevos territorios, la cohorte de su majestad se apresura para poner a punto sus alas, hay que estar preparadas.
¿Por qué?, porqué profane la montaña la noche de San Juan. Mi avaricia, mi prepotencia, mi egoísmo me condujeron a la montaña. Quería ser el mejor. Quería prender esa gran trucha para después bajar al valle, alardear de ello. ¡¡No, no, no!! los abuelos siempre decían que quien sube al monte en la noche de San Juan con mal corazón, no vuelve de él. Pero no, desoí una vez más su mensaje. Subí, subí para llegar al lago negro, el lago de la gran trucha. Y la vi, y tanto que la vi. Pero también escuche los cánticos, esos dichosos cánticos. Esos cánticos que te llenan el corazón de paz. A la par, un viento frío erizo los pelos de mi cuello, un escalofrío recorrió mi espalda. Ellas, las diosas del valle me decían que no profanara el lago, pero las ignoré. Seguí obseso en pescar la gran trucha intentando que los cánticos no me llevarán por mal camino, ignorando los escalofríos. Prendí, prendí la trucha, noté la línea tensa con la misma firmeza que ahora siento todo mi cuerpo. Y la diosa surgió del lago y me sentenció «nunca más serás hombre hasta que llegues al mar».
Y así fue. Fui árbol. Las nubes y las montañas en uno de sus bailes nupciales me regalaron un rayo. Roto avancé gracias a los duendes de las avalanchas, avancé ansioso hasta llegar al río, mi posible salvación. Ahora necesito que el río sea río, que crezca duro, fuerte y con convicción para que me empuje por el valle, para llegar al mar. Pero hoy no es el día, solo han caído unas pocas lágrimas, pocas para moverme. Seguiré esperando que llegue el gran día, aquel que me llevará hasta la meta soñada. Seguiré viendo a esos pescadores que remontan el río, que se apoyan en mí para descansar sin saber que junto a ellos estoy yo, ese incauto y soberbio pescador que desoyó a la gente del valle y que ahora no puede sentir latir su corazón.
NOTA. Me encontré este tronco mientras pescaba por la Selva de Oza. Este escrito es fruto de la imaginación…
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Autor: Ferran Llargués
Bonita historia y bonito relato Ferrán!
Esperemos que pronto llegue al mar para volver a ser hombre.
¡Un abrazo!
Se agradece el comentario David. Yo también deseo que llegue al mar.
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