Hace años el amigo Jorge Colás puso de nombre a su blog «Escamas Doradas» Su pasión por los barbos y carpas quedaba evidenciada en los diversos y buenos artículos que publicaba en su blog. Una delicia leer lo que publicaba (espero que me leas y re-emprendas ese blog amigo). Yo comparto de igual manera su sentir sobre estos peces. El barbo te da todo lo que desea un pescador; es musculoso y aprovecha de qué manera dicha fuerza. Detecta muy rápido cualquier peligro cercano. Sus salidas, digamos estampidas, son habituales para el desespero de pescador-cazador. Es lo que tiene pescar peces salvajes, debes trabajar el sigilo, ser cauto y prever el puesto de caza, de lo contrario, el desespero te jugará malas pasadas.
En noviembre realizamos una de esas ultimas salidas de obligado cumplimiento. La ilusión era grande, más cuando tan solo dos semanas antes, dejamos los brazos agotados de tanto combate con estos misiles dorados.
El otoño es mágico para pescar barbos. Me encanta todo. Cambio del color en la vegetación, el azul del cielo ganando protagonismo con la posición del sol, la temperatura exterior, buenas eclosiones de insectos, peces activos…
Fuimos a uno de esos rincones que sabes que ellos están ahí, en cierta o muy buena abundancia y en buenos tamaños. La esperanza de repetir el show de días anteriores me aceleraba todavía más, si cabe, las ganas de hablar sobre ellos. Cómo se colocan en el río y los diversos recodos, cuales son sus diversas posturas para saber si están activos o andan alertados; cómo utilizar los distintos señuelos según esas posiciones…
Tras unos buenos kilómetros taladrando a Enric, llegamos a la hora pactada en el bar acordado. Hora de presentar al resto de amigos, Javier y Pere.
Tras saciar el apetito nos dirigimos a un punto caliente. Nada más llegar ya pudimos ver un buen número de barbos rascando la barriga en el fondo. Rápidamente nos pusimos el traje de luces y empezamos a cimbrear las cañas al viento. Pisar el río y ya pudimos ver aquello de «salen como torpedos» Y es que por mucho cuidado que pones, su capacidad de mimetizarse en el lecho del río te juega malas pasadas. Salió un primer barbo, de tamaño medio y nada más. Los barbos estaban complicados de narices. Dicho esto propuse un cambio de zona. Uno siempre tiene sus sitios de confianza. Y dio resultado.
Pudimos ver muchos más barbos, algunos en posturas que me encantan. Zonas de poco caudal, en los cuales los ves o bien hociqueando el lecho del río o los ves mirando fijamente la corriente, comiendo despacio, tanto en superficie como debajo de la superficie del agua.
Una entretenida sesión que clausulamos antes de lo previsto, ya que el viento le dio por apretar muy fuerte.
Y ahora, volvemos de nuevo a la carga para sentir su fuerza alocada en la caña, para seguir saboreando la pesca en estado puro, con peces salvajes. Nos esperan unos meses de locura.