Tengo un corazón que late a un ritmo bajo. Dicen que lo eduqué gracias al deporte, a mis largas sesiones andando por la montaña, escalando, haciendo pirineísmo, alcanzando sus cumbres. Puede que sea así, aunque yo me inclino a pensar que la pesca a mosca es la que realmente ha educado a mi corazón. Este late al ritmo de la cadencia del lance; suave, lento hasta que la tormenta se desata al final del tippet. Luego se desboca, se pone alegre, bombea la sangre a gran ritmo activando todas las neuronas de la felicidad.
Repasando las fotos de este año, organizando un poco el material, me he topado con algunas fotos que tienen su historia, su magia. Y una de esas me devuelve al inicio de la temporada.
Cuando uno va a pescar el primer día espera, desea con fuerza que los peces estén ahí, que estén por la labor. En este caso no solo estaban ahí, sino que algunos estaban cebándose de forma más que evidente.
Aproximarse, ver que están comiendo (eclosión evidente) buscar en la caja una imitación, lanzar y ver como la toma, sentir en el brazo el inconfundible cimbreo de la caña, la línea saliendo del carrete, es algo sencillamente brutal. Tener ese pez en las manos, soltarlo, sensaciones que hacen sentirme vivo. Y el corazón sigue el mismo ritmo, pausado, agitación, éxtasis, pausado…
Sí, sin duda fue una gran sesión de pesca, una delicia de día acompañado de un buen amigo, Juan Karp, con el cual comparto los mismos valores por la pesca y la Naturaleza en general.
Aún quedan unas cuantas sesiones de pesca para cerrar la temporada. Y en mi interior sigue latiendo el corazón pesquero, aquel que late al ritmo de la cadencia del lance.
Un saludo y por supuesto, buena pesca…!!!