Generalmente decido la sesión de pesca con poca antelación. Sí, a veces requiere de mucha anticipación, y más si el destino ha tenido que pasar por el rasero de sorteos y demás complejidades administrativas. En mi caso decir que soy un habitual de las zonas de pesca libres «aguas sin peajes».
Las aguas sin peajes que tengo cerca de mi casa son básicamente de ciprínidos. Si dispongo de un día libre puedo plantearme objetivos más lejanos para acceder a tramos en los cuales pillar una trucha sea algo factible. Pero como la pesca llama a mi mente cada vez que estoy o ando algo estresado, ofuscado, o estado anímico similar, he de dedicarme a zonas de carpas, vamos, las que tengo a mano. Y ojo, que cada vez les dedico más tiempo a estos peces. Me tienen más pillado. Ahora ya les dedico sesiones exclusivamente.
Hace unos días tenía algo más de 2 horas para hacer unos lances. Sin atisbo de duda, agarré los bártulos y me acerqué a uno de los puntos en los cuales voy a por estos peces de escamas doradas. Nada más llegar pude contemplar como mis amigas bigotudas estaban en plena faena; hociqueando por aquí, por allá, otras navegando en busca de vaya usted a saber qué. Tardé poco en prender la primera carpa. Un pez modesto de talla, pero como siempre sacó lo máximo de ella misma, regalándome una buena carrera.
Luego vino una sorpresa muy agradable. Lancé la wooly a un pequeño grupo de tres carpas que estaban hociqueando. Al recoger, apareció una silueta de estampa totalmente distinta. Apareció y desapareció del mismo modo. Sabía lo que había visto, sabía que era una oportunidad de oro si actuaba rápido y así fue. Lancé un poco más al fondo y trabajé el streamer con más brío. A los pocos segundo apareció de nueva la sombra. En este caso atacó de forma más enfurecida la artificial, la mordió sin compasión.
Una vez en la sacadera le susurré unas buenas palabras. Y unos instante después dejé que volviera a su poza no sin antes repetirle un nuevo ¡gracias!.
Tras ese lance vinieron algunos más en busca de esas señoras con bigote. Media hora más en las cuales no hubo manera de activar un solo ataque. Ellas siguen sabiendo más que yo, algo que me motiva más.
Carpas, trucha, atardecer, sonidos de la Naturaleza… no puedo pedir más.
Un saludo y por supuesto, muy buena pesca..!!!
¡Vaya sorpresón! Y menuda superviviente, porque me imagino que esas aguas no serán las más adecuadas para las pintonas. Qué te voy a decir de la intermitencia de las carpas… Las mismas condiciones pueden dar jornadas ideales y otras veces ni las olemos. Eso es lo que nos engancha…
Un abrazo
Cierto Jorge, muchas veces ni las olemos. Yo ando bien perdidito por ellas 😉
Esas escapadas fugaces de un par de horas dan la vida en mitad de la semana y si encima llevan sorpresas como esta no te cuento, que suerte tuvo esa preciosa trucha en toparse contigo Ferrán (ya sabes a que me refiero…)
un saludo!
Pues sí Mario, creo saber a qué te refieres 😉
¡¡Ferrán!! Tienes que apañarte una sacadera más grande que cualquier día das con un carpón o un truchón y… Yo me hice una grande por obvias razones… y no me arrepiento.
Ramón, esa no es precisamente una sacadera pequeña 😉